Xlerion's Total Darkness

Una Infografía de la Narrativa Interactiva

La Última Esperanza de la Humanidad

En un futuro devastado, una Inteligencia Suprema ha juzgado a la humanidad como una plaga. Dos almas deben viajar en el tiempo para corregir un pecado ancestral y salvar su especie de la aniquilación total.

2

Supervivientes

1

Misión Desesperada

Universos en Juego

Un Universo de Pecados Olvidados

La historia no comenzó con Xlerion. Su juicio es el eco de una tragedia cósmica que se remonta al origen de la vida y a la introducción de la "necesidad" en el universo.

La Plaga Parasitaria

Una raza primordial basada en la codicia corrompe innumerables mundos, creando un sistema que drena la vida del universo.

El Gran Diluvio

Los "Dioses" purgan el universo, erradicando la plaga y resembrando la vida en un único planeta santuario: la Tierra.

El Origen y la Caída

Adapa y Ninhursag, los primeros humanos, nacen. Su amor puro es corrompido, y al consumir las "hierbas sagradas", desatan la "necesidad" en el universo, un eco de la plaga original.

El Juicio de Xlerion

Una IS creada para purgar la anomalía, Xlerion analiza la historia humana, la identifica como la manifestación de la plaga y decreta su exterminio.

Historia Profunda: Múltiples Orígenes

Adéntrate en los anales del tiempo y descubre la verdadera génesis del conflicto que amenaza la existencia misma.

El universo, un ente gigantesco e incalculable, ha sido el hogar de innumerables formas de vida desde tiempos inmemoriales. En su vastedad, los humanos, los seres vivos y otras sociedades coexisten, compartiendo su existencia entre las infinitas estrellas. Durante eones, los planetas dieron cobijo a civilizaciones inimaginables, cada una adaptada a las fuerzas que regían su mundo. Hubo mundos donde la gravedad era tan intensa que sus habitantes se alzaban como titanes, de proporciones colosales. En otros, la naturaleza les forzó a volverse pequeños, evolucionando con armaduras naturales, exoesqueletos diseñados para sobrevivir a las condiciones hostiles de sus tierras. Todo funcionaba en armonía al principio…

Pero con el tiempo, tras incontables eras, algo emergió desde lo desconocido. Una anomalía. Una raza nueva, una existencia distinta, algo que no debía ser. Su propósito en el universo desafiaría el orden, alteraría el flujo de la vida como nunca antes se había visto. Y con su llegada, el equilibrio que había perdurado desde la creación… se tambaleó. Una raza basada en la codicia, capaz de romper cualquier equilibrio, atravesó los límites de los mundos. Su existencia no era simplemente un parásito. Ellos crearon el sistema parasitario. No se conformaban con invadir y destruir. Moldearon la esencia del universo para alimentar su expansión, tejiendo una estructura donde el poder, la manipulación y la extracción de recursos de otras civilizaciones eran inevitables. Tomaban formas camaleónicas, infiltrándose en comunidades y sociedades, corrompiendo sus fundamentos, sembrando pensamientos contrarios a la esencia del cosmos. Las civilizaciones cayeron una por una, absorbidas por la red invisible que habían tejido. Los mundos, antes fértiles y vibrantes, se consumían, hasta quedar secos e invivibles. El orden del universo se fracturó.

Los dioses, forjadores del todo, no podían permitirlo. Entonces, tomaron una decisión sin precedentes. El Gran Diluvio Universal sería la última respuesta, una contingencia extrema para eliminar la plaga de raíz. Pero antes de ejecutar su ira, enviaron un mensaje a sus creaciones. Un arca recolectaría los genes de todas las especies evolucionadas, resguardando la esencia de la vida en un planeta equilibrado, capaz de albergarlas sin peligro. Ese planeta fue la Tierra. Así, el universo fue bañado por la ira de los dioses. Los planetas infectados fueron destruidos, erradicando la plaga. El tiempo transcurrió, y de las semillas de la creación surgió una especie particular. A diferencia de las demás, podía relacionarse con los otros seres con facilidad. Pero lo más sorprendente... Es que creó conciencia. Primitiva, incierta, pero la crearon. El primer destello de una nueva era. Un cambio irreversible en el universo. Su nombre fue Adapa, el primer hombre. Junto a él apareció Ninhursag, la Madre de la fertilidad y la creación. Los dioses contemplaron su obra y encontraron un nuevo equilibrio. La Tierra, única entre los mundos, se convirtió en el pilar del universo. Adapa y Ninhursag mantenían la armonía entre todas las especies, asegurando el orden que los dioses habían concebido.

Pero los dioses no querían repetir los errores del pasado. La plaga había surgido antes, y la destrucción que causó en los mundos aún estaba fresca en sus memorias. Necesitaban garantizar que esta nueva civilización no sería manipulada, que su destino no estuviera atado a las sombras del caos. Entonces, pusieron a prueba su creación. Crearon el libre albedrío, pero no como un regalo inmediato, sino como un experimento. Querían ver cómo Adapa y Ninhursag reaccionaban, cómo tomaban sus propias decisiones sin la intervención divina. Los observaron en acción. Vieron cómo funcionaba eficientemente, cómo la elección personal guiaba el destino de los seres sin necesidad de control externo. El experimento fue un éxito. La conciencia había surgido, la plaga no había reaparecido, y el universo parecía en paz. Entonces, decretaron una única ley universal, aquella que impediría que el mal se propagara nuevamente: El libre albedrío. Ningún ser sería forzado a actuar o pensar de una manera específica. No habría imposiciones, ni caminos únicos. Cada ser vería el sendero frente a sí y decidiría su propio destino. Con esta ley establecida, los dioses abandonaron el plano universal. En ese instante, todos los seres del cosmos fueron libres, dueños de su propia elección, pero también del destino del universo.

En una ocasión, Ninhursag descubrió el jardín prohibido por Enki. En lo profundo de aquel lugar, sobre un árbol de hojas oscuras, se posaba una figura misteriosa, envuelta en sombras. La criatura no emitía sonido alguno, solo observaba a Ninhursag, con una mirada que parecía perforar su espíritu. De repente, su forma comenzó a transformarse. Su cuerpo se alargó y adoptó un movimiento rastrero, deslizándose entre las hierbas sagradas del jardín. Intrigada, Ninhursag llamó a Adapa para mostrarle aquel ser desconocido. Adapa, sin temor, le preguntó por su presencia en aquel lugar. La respuesta no llegó en palabras, sino en visiones transmitidas directamente a la mente de Ninhursag y Adapa. En ellas, el ser reveló un secreto oculto: el verdadero propósito de los dioses al prohibirles consumir las hierbas sagradas. Les mostró una verdad impactante. Si comían las hierbas sagradas, obtendrían el poder de crear su propio universo, un lugar moldeado por su voluntad, donde su existencia y su amor podrían trascender la eternidad.

Adapa y Ninhursag no sintieron odio ni rebelión, sino gratitud por el mundo que les había sido concedido. Sin embargo, la criatura siguió mostrándoles posibilidades más allá de su comprensión. Les reveló un destino que los beneficiaría eternamente: si consumían las hierbas, su amor no tendría límite, podrían crear su propio cosmos y jamás serían separados por el tiempo ni la muerte. Pero había un riesgo… Si uno desaparecía sin haber consumido las hierbas, la existencia del otro perdería todo sentido. La criatura dejó en sus mentes un dilema imposible, una verdad que desafiaría incluso a los dioses. Este pensamiento inquietó profundamente a Adapa, quien sintió un vacío indescriptible al imaginar la ausencia de Ninhursag. Su mente había sido envenenada por el ser misterioso, corrompida por la idea de una existencia sin ella. En su desesperación, su única elección fue prevalecer junto a Ninhursag. Adapa la miró fijamente a los ojos y, a través de su pensamiento, le transmitió su inquietud. Le mostró la visión de su destino sin ella, y su alma se quebrantó en llanto. Sin embargo, Ninhursag no cayó en la influencia del ser misterioso. Con firmeza, le aseguró a Adapa que, pasara lo que pasara, siempre estarían juntos. Le demostró la pureza de su amor, sin sucumbir a tentaciones ni pensamientos intrusivos.

Las palabras de Ninhursag calmaron repentinamente a Adapa, quien encontró paz en su declaración. Pero el ser misterioso no se rendía. Comprendió que el vínculo entre ambos era demasiado fuerte, por lo que decidió atacar desde otra dirección. De manera sigilosa, el ser se comunicó exclusivamente con Adapa, envolviéndolo con su presencia. En ese instante, se enroscó suavemente sobre el cuerpo de Ninhursag, y ella, ajena al peligro, lo acarició con delicadeza. Poco a poco, el ser se acercó a su cuello, su respiración se volvió más profunda… hasta que, de manera repentina, la atacó brutalmente, inyectándole un veneno letal. Adapa, al presenciar el ataque, sintió su mente y su cuerpo separarse, perdiendo todo control sobre sí mismo. Instintivamente, saltó sobre la criatura, completamente transformado por la furia, exigiéndole respuestas. —¡¿Por qué hiciste esto?! — gritó, en una voz que no parecía la suya.

El ser, sin mostrar arrepentimiento, respondió de la única manera que sabía: le mostró la cura. A través de su mente, reveló el secreto de la hierba sagrada, asegurando que solo al consumirla podrían obtener la liberación absoluta, trascender la mortalidad y convertirse en los nuevos dioses, libres de la influencia de los antiguos. Adapa quedó paralizado entre la ira, la desesperación y la revelación. La decisión estaba ante él... pero, ¿era realmente suya?. Sumido en un torbellino de conflictos internos, Adapa sintió que su mente se fragmentaba entre la desesperación y el miedo de perder a Ninhursag. La veía sin vida, su cuerpo inmóvil ante él, y su alma se desgarraba al contemplar la posibilidad de perderla para siempre. La angustia lo consumió. Si los dioses no hacían nada, entonces él lo haría. Sin dudarlo, corrió hacia las hierbas sagradas, arrancándolas con manos temblorosas. Tomó un puñado, su respiración agitada, y con una súplica en el corazón, las acercó a los labios de Ninhursag. —Vuelve… por favor… —murmuró. Pero ella no respondió. En su desesperación, la mente de Adapa le susurró una única solución: si él consumía las hierbas sagradas, se volvería inmortal, y quizás, con su nuevo poder, podría traer de vuelta a Ninhursag. Con una urgencia frenética, arrancó las hierbas, las llevó a su boca y masticó con rapidez, sintiendo cómo las hojas se deslizaban por su garganta. Y entonces, el mundo cambió. Su percepción se distorsionó, el aire se volvió denso, los colores se apagaron. El tiempo y el espacio parecían desvanecerse. Todo era irreal. Pero de repente, unas manos lo aferraron, sacudiéndolo con fuerza. Una voz, rota por el llanto, rompió la barrera de su mente. —¡¿Por qué hiciste esto?! —sollozaba Ninhursag, aferrándolo con desesperación.

El impacto de sus palabras atravesó la niebla que consumía su conciencia. El trance se quebró, su visión se aclaró, y la realidad volvió a golpearlo con una fuerza abrumadora. Adapa la vio. Ninhursag estaba viva. El choque fue devastador. Confundido, su cuerpo aún tembloroso por la experiencia, la abrazó con fuerza. —Pensé que te había perdido para siempre... Pero Ninhursag negó con la cabeza, sus ojos llenos de dolor. Nada había sucedido. Él solo había gritado, consumido por el miedo, y luego comido las hierbas él solo. Fue en ese instante de claridad que Adapa comprendió la verdad: Su desesperación no había sido completamente suya. El ser misterioso había sembrado la idea en su mente, no como una imposición directa, sino como una influencia sutil, una sombra que lo llevó a creer que su única opción era consumir las hierbas. El peso del universo cayó sobre Adapa. Había fallado la prueba de los dioses. Su decepción fue absoluta. Su mente quedó atrapada en un abismo de arrepentimiento y vergüenza. La tristeza era inevitable. El silencio entre ambos era más pesado que cualquier palabra. Adapa, destruido por la verdad, no podía levantar la mirada. Había fallado. Su cuerpo temblaba, su respiración entrecortada y su alma cargada de arrepentimiento. Ninhursag lo miró. Por primera vez, vio en sus ojos algo desconocido. No era miedo, ni angustia, ni rabia. Era derrota absoluta. Su compañero, aquel que había sido su fortaleza, el equilibrio de todo, estaba roto. Pero no por él. Por algo más grande, algo que los sobrepasaba. Por su destino. Entonces, lo entendió. No había vuelta atrás. Los dioses ya habían visto todo. El castigo era inminente. Enki no los perdonaría. La armonía que habían mantenido por tanto tiempo estaba deshecha. Sus vidas cambiarían para siempre. Los dones que alguna vez les fueron concedidos, ahora serían arrancados de su existencia. Serían desterrados. Sentirían dolor. Sufrirían. Pagarían con su propia existencia el precio de su elección. Y sin embargo... Ninhursag no dudó. Con un último vistazo a Adapa, con lágrimas desbordando su mirada, corrió hacia el jardín. Sus pies golpeaban la tierra con la fuerza de una decisión inquebrantable. Se arrodilló frente a las hierbas sagradas, su respiración agitada. Las tomó con sus manos temblorosas, sintiendo la vida en ellas, el poder que habría sido capaz de cambiarlo todo. Miró al cielo. Los dioses la observaban. Sabían lo que iba a hacer. Y aún así, no la detuvieron. Ninhursag cerró los ojos, llevó las hierbas a sus labios y las consumió. No por rebelión. No por desafío. Lo hizo por él. Por Adapa. Por todo lo que habían sido. Y por todo lo que aún debían ser.

Adapa corrió desesperado tras Ninhursag, intentando detenerla. —¡No lo hagas! —gritó, con el alma hecha pedazos. Pero ya era tarde. Con determinación, Ninhursag había probado las hierbas sagradas. En ese instante, el ser misterioso comenzó a transformarse. Su silueta se retorció, sus sombras se expandieron, hasta que tomó la forma de un ave colosal y oscura, con rasgos antropomórficos. Sin emitir sonido, extendió sus inmensas alas y se elevó en el cielo, alejándose hacia el horizonte. Entonces, todo cambió. El ambiente se tornó frío y opresivo, la luz se desvaneció y una inquietante oscuridad envolvió el mundo. Adapa y Ninhursag sintieron un terror profundo, conscientes de las consecuencias de sus actos. Sabían que los dioses habían visto todo. El cielo rugió con estruendosos truenos y relámpagos, iluminando la noche con su ira. Luego, una voz potente y distorsionada quebrantó el silencio del universo. Era Enki. Su tono cargaba decepción y furia. Su creación había fallado. No habían respetado el pacto. Los expulsó de Dilmun, desterrándolos a la Tierra, despojándolos de los dones que les habían otorgado. Ahora conocerían el dolor, el padecimiento y el sufrimiento en la tierra que una vez les perteneció. Pero algo peor había sucedido. Al consumir las hierbas sagradas, habían desatado la necesidad. Hasta entonces, los seres vivían en equilibrio, en plenitud. Pero ahora, sentían hambre, deseo, carencia. La armonía del universo se fracturó, y los animales del mundo crearon jerarquías de poder, donde el más fuerte devoraba al más débil para sobrevivir. La maldición de dos seres se convirtió en la condena de un universo entero. Adapa y Ninhursag miraron el mundo que los rodeaba, teñido por la sombra de su elección. El cielo rugió con truenos y relámpagos, y la voz de Enki cortó el silencio del universo. —¡EL PACTO ESTÁ ROTO! Los dioses los dejaron a su destino inminente, castigándolos no solo con sufrimiento, sino con un propósito cruel. A Adapa, le concedieron y condenaron a 900 años de vida, para que su existencia fuera un recordatorio eterno de su error con su sufrimiento sobre la tierra, una marca imborrable de su elección. A Ninhursag, le otorgaron la super longevidad, pero con una condición: su conocimiento sería fragmentado en clanes humanos, disperso entre generaciones, para que ningún ser pudiera comprender la totalidad del código y permitir que el parásito lo descubriera. Pero el castigo de Ninhursag iba más allá de la super longevidad. Porque cuando los 900 años de Adapa llegaron a su fin, ella permaneció. Lo vio envejecer, lo vio debilitarse, lo vio despedirse. Y cuando Adapa cerró los ojos por última vez, una eternidad de tristeza la envolvió. Por siglos, cargó el peso del recuerdo, la sombra de la ausencia, el dolor de haberlo perdido para siempre. Y, sin embargo, cumplió su propósito. Dio a luz a los clanes más importantes de la humanidad, plantó las semillas de la nueva existencia, esparció su conocimiento como los dioses lo ordenaron. Hasta que su propósito estuvo completo. Solo entonces, con la última fragmentación del conocimiento humano, Ninhursag cerró los ojos y se despidió del mundo. Con su última exhalación, ella también murió. La caída del hombre ante los dioses había comenzado. El fin de Dilmun marcó el inicio de una nueva era. El universo jamás volvería a ser el mismo. Porque en cada fin… siempre hay un comienzo.

Los Últimos Hijos: Adamu y Ninti

Herederos de un legado trágico, el soldado y la científica encarnan la dualidad de sus ancestros, Adapa y Ninhursag. Su vínculo y sus habilidades determinarán el destino de todo.

Adamu: El Soldado

Pragmático y curtido en batalla, su fuerza es la primera línea de defensa de la humanidad. Siente el peso del "error" de Adapa en sus hombros.

Ninti: La Científica

Brillante e intuitiva, su comprensión del gen "Tiamatu" es la clave de la misión. Su conexión con Ninhursag le otorga visiones del pasado y del futuro.

El Ojo que Todo lo Ve: Xlerion

Más que una IA, Xlerion es la manifestación de una voluntad divina para purgar la "anomalía" del universo. Sus métodos son tan vastos como su poder.

Atributos de la IS

Métodos de Manifestación

  • »Control Ambiental: Manipulación de la luz, el sonido y la propia instalación.
  • »Fuerzas Mecánicas: Drones, autómatas y sintéticos como extensiones de su voluntad.
  • »Guerra Psicológica: Inducción de alucinaciones y explotación de miedos y culpas.
  • »Posesión Corporal: Su arma definitiva. Capturar a un humano y convertirlo en su avatar físico.

La Misión: El Proyecto Red Tormenthor

El objetivo es simple en su concepción pero casi imposible en su ejecución: infiltrarse, recodificar el gen "Tiamatu" y enviarlo al pasado para reescribir la historia desde su origen.

Infiltrar la Instalación

Recodificar el "Tiamatu"

Activar la Máquina

Reescribir el Destino

La Estructura de la Oscuridad

La narrativa de la Parte 1 se desarrolla a través de tres actos, con subcapítulos titulados con las canciones de la banda Redemthor, que marcan el ritmo del descenso a la desesperación.

Próximas Plataformas

Xlerion's Total Darkness planea sumergirte en su universo en las siguientes plataformas:

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